Los pintores del horror nazi

04/Feb/2015

ABC, España, Por Javier Molins

Los pintores del horror nazi

«La terrible belleza de
todos los cuerpos apilados como las ramas de una hoguera, con las manos y los
pies que sobresalían. Esa elegancia trágica me fascinaba: la piel era casi
transparente, los dedos parecían tan finos, tan frágiles… Los miraba como un
sonámbulo que había perdido toda reacción normal, que había aceptado la
realidad del campo como si no hubiera otra». La cita es del artista Zoran
Music, quien fue recluido en el campo de Dachau en 1944, y relata el paisaje
dantesco que encontró al llegar a este lugar y que plasmó en los dibujos que
pudo realizar de forma clandestina y que actualmente se conservan en el Centro Pompidou
de París.
Music es uno de los 90
artistas que fueron recluidos en guetos y campos de concentración nazis y que
fueron capaces de crear obras de arte durante su estancia en los mismos a pesar
de las duras condiciones de vida que tuvieron que soportar. Tal y como afirmó
el artista Waldemar Nowakowski, «me rodeé de arte con la intención de
sobrevivir».
Obras clandestinas
La temática de estas
obras se puede clasificar principalmente en tres grandes grupos. Por una parte,
están las obras que responden a encargos que los oficiales de las SS hacían a
los internos que destacaban por sus aptitudes artísticas. Estos encargos iban
desde los carteles informativos para los presos hasta paisajes para decorar las
viviendas de los altos oficiales o simples retratos que los guardias enviaban a
sus familias.
En segundo lugar, están
las obras que documentan las duras condidiciones de vida de los guetos y de los
campos. Una actividad totalmente prohibida en el campo que podía costar la vida
a quien la llevara a cabo. Sin embargo, ante la incertidumbre de si el resto
del mundo llegaría a conocer el horror de los guetos y campos, muchos artistas
optaron por documentar la vida diaria.
La artista Halina
Olomucki lo resume muy bien: «Mi trabajo sencillamente consistía en tomar nota,
dibujar lo que estaba sucediendo». El resultado son unas obras de una enorme
dureza, como las realizadas por Léon Delarbre durante su estancia en el campo
de Buchenwald, en las que aparecen presos ejecutados o moribundos.
Por último, está el grupo
de obras realizadas con el fin de evadirse del horror cotidiano y evocar
escenas idílicas o del pasado. Son obras de bodegones, paisajes o retratos
idealizados de los presos, como los realizados por Zofia Stepien-Bator, quien
pintaba a las presas tal y como se imaginaba que eran antes de entrar en el
campo de Auschwitz.
Toda esta actividad
artística se desarrolló principalmente en cuatro guetos (Kovno, Terezin, Kovno
y Varsovia) y en 14 campos de concentración: los de Dachau, Buchenwald,
Mauthausen, Ravensbrück, Sachsenhausen, Saint-Cyprien, Gurs, Milles, Compiègne,
Drancy, Malines, Stutthof, Lublin/Majdanek y Auschwitz
Pero si hay un campo que
sobresalió por su actividad artística, ese fue curiosamente el más siniestro de
todos, el de Auschwitz, que llegó a disponer incluso de un museo. El comandante
del campo, Rudolf Höss, autorizó en octubre de 1941 la apertura de un museo en
el barracón número 6, que en marzo de 1942 sería trasladado al barracón 24. La
iniciativa de abrir un museo fue una idea desesperada de un prisionero polaco,
Franciszek Targosz (1899-1979), para salvar su vida.
Toda actividad artística
que no fuera encargada por los oficiales de las SS estaba totalmente prohibida
en Auschwitz y Targosz, que había sido deportado al campo en diciembre de 1940
con el número de interno 7.626, fue sorprendido por Höss mientras realizaba
unos dibujos de caballos. El artista, en un intento por salvar su vida, le
propuso al comandante del campo la creación de un museo para que los oficiales
pudieran disfrutar de un lugar de cultura en el que se exhibiera el arte
aprobado por el régimen nazi. Höss comprendió de inmediato el potencial que
esta iniciativa podía tener entre los altos dignatarios nazis que visitaran el
campo, por lo que encargó al propio Targosz la organización del museo.
Por allí pasaron más de
veinte artistas que durante su internamiento fueron capaces de crear obras de
arte, de plasmar sobre papel el infierno de un campo de concentración, de
reivindicar su condición humana a través el arte. Al fin y al cabo, como dijo
Zoran Music, «yo era un pintor que debía hacer eso porque no sabía hacer otra
cosa».